Alguns Esboços... [Assaigos sociologics de Julio Souto]

(RECENSIÓN 1, Estructura y Cambio Social, amb Pep Adelantado, UAB)

Se nos propone en esta recensión, a través de una literatura acotada, producir una reflexión sobre las estrategias de análisis del cambio social desde una perspectiva sociológica.

Al tratarse de una práctica de conocimiento (el análisis sociológico del cambio social) que pretende dar sentido a una práctica social (la trasformación del statu quo, de la estructura social), entendemos que, como todo análisis de las prácticas de conocimiento, debemos iniciar nuestra reflexión por el nivel epistemológico. Esto es, antes de preguntarnos cómo cambia la sociedad, queremos preguntarnos: ¿En qué medida podemos conocer científicamente cómo cambia la sociedad? y más importante: ¿Para qué queremos conocer cómo cambia la sociedad?

El ubicarnos, preventivamente, en una posición epistemológica antes de profundizar en debates teóricos y metodológicos, nos lleva a colocar en el primer lugar de esta recensión, los comentarios sobre el texto de B. S. Santos, ya que:

«Desde mi perspectiva, para que se den cambios profundos en la estructuración de los conocimientos es necesario comenzar por cambiar la razón que preside tanto los conocimientos como su propia estructuración.» B. S. Santos (2005)

Todas las reflexiones que subyacen a este artículo están relacionadas directamente con su posición epistemológica en la actual situación de crisis del paradigma hegemónico, que afecta no sólo a la práctica sociológica, sino a toda la ciencia en general. Es por ello que Santos postula una aproximación hermenéutica a la crisis epistemológica, pues sólo así se puede hacer comprensible un “contexto científico anormal, revolucionario” (Kuhn, 1970).

Las conclusiones que se extraen de esta aproximación hermenéutica a la crisis epistemológica, aparecen desarrolladas en su Discurs sobre les ciències (2003). La principal enseñanza que obtendríamos de estas reflexiones es la necesidad de la “traducción”. En la consciencia de que el objetivo último de toda práctica de conocimiento es siempre dar sentido y contribuir a optimizar una práctica social, Santos expone que la única posibilidad de que la sociología pueda continuar contribuyendo positivamente a las prácticas de trasformación del orden social (siempre en un sentido emancipatorio), es que el discurso científico se aproxime, hasta reconfigurar, el llamado “sentido común”, ya que esta es la forma de conocimiento privilegiada para dar sentido a los procesos sociales (Santos, 2003: 57). Así, expone:

«Una vegada feta la ruptura epistemològica amb el sentit comú, l’acte epistemològic més important és la ruptura amb la ruptura epistemològica.» (Santos, 2003: 84)

Este es el concepto de “doble ruptura epistemológica” que constituye la tercera inflexión en el proceso de evolución paradigmática (Rodríguez Victoriano, 2004: 301). La sociología, con la finalidad de seguir siendo útil para la comprensión y configuración de los procesos de transformación de la realidad, debe maximizar sus contribuciones al debate público, de forma que todo el conocimiento científico social acabe deviniendo “auto-conocimiento social”.

El 1st ISA Forum of Sociology: La investigación sociológica y el debate público[1] partía de este postulado, que ya se asume como desafío básico para la ciencia social de nuestro nuevo milenio. Sobre este aspecto, fue especialmente significativa la Sesión de Clausura, en la que intervino Michael Burrawoy[2] (compartiendo mesa con Alain Touraine) planteando un interesante esquema sobre el trabajo sociológico.

Audiencia académica Audiencia extra-académica
Conocimiento instrumental Sociología Profesional Sociología Política
Conocimiento reflexivo Sociología Crítica Sociología Pública

Pese a concluir que todas las formas son necesarias e interdependientes, la sociología pública toma una posición preponderante, especialmente en lo que respecta a definir los fines mismos de la sociedad y (por tanto) del resto de prácticas sociológicas. Desde este punto de vista, comprendemos que Santos, consciente de la continuidad reflexiva y relativa entre el sujeto y el objeto de la ciencia social, decida reflexionar sobre la racionalidad que funda todo el sentido común y la práctica científica del siglo XX, antes de comenzar su “intervención pública” (transformación del “sentido común”) respecto a las prácticas de conocimiento que guiarán el cambio. Así comprendemos su “crítica de la razón indolente” y su propuesta de la “racionalidad cosmopolita”.

Basándose en un concepto de Leibniz, Santos propone el término de “racionalidad indolente” para caracterizar la racionalidad occidental que se ha constituido en hegemónica en los últimos 200 años. Formalizando este concepto abstracto, que básicamente condena la relación establecida entre el sujeto y el objeto de amor (de conocimiento, en el plano científico), Santos desglosa la racionalidad indolente en cuatro características, cuatro carencias:

– Racionalidad impotente: determinismo, estructuralismo.

– Racionalidad arrogante: libre arbitrio, existencialismo, constructivismo.

– Racionalidad metonímica: la parte por el todo, negar toda otra racionalidad.

– Racionalidad proléptica: dominio del futuro, planificación historia y naturaleza.

Y frente a estas formas, plantea dos posibilidades de enfrentarse a la racionalidad metonímica y la proléptica que, configurando nuestra temporalidad, son las formas fundacionales de la razón indolente. Con la sociología de las ausencias se pretende ensanchar el presente, recuperando experiencias y formas de conocimiento actualmente desperdiciadas. Con la sociología de las emergencias se pretende la constricción del futuro, reflexionando sobre todas las posibles tendencias emergentes, intentando no determinar las vías posibles de trasformación social. Y entre estas dos nuevas formas de pensar la sociología, el ejercicio de traducción (entre formas de conocimiento, de formas de conocimiento a prácticas sociales, entre prácticas sociales) se plantea como la solución científica de recuperar la unidad temporal de la totalidad social heterogénea, sin renunciar a las características identitarias de cada parte (diversidad).

Un ejemplo del desarrollo teórico de esta racionalidad indolente que critica Santos podríamos encontrarlo en la descripción de la posmodernidad de Ronald Inglehart (1998). En su famosa y coreada teoría sobre el cambio cultural “universal”, podemos encontrar aspectos de prácticamente las cuatro formas de racionalidad indolente que describe Santos. La teoría de Inglehart, basándose en datos cuantitativos obtenidos de encuestas idénticas realizadas en casi todos los países del mundo, describe una línea evolutiva de la cultura universal que va, desde los valores materialistas propios de la sociedad moderna, hacia los valores posmaterialistas de la posmodernidad. En la descripción de este cambio, las sociedades occidentales posindustriales aparecen como las más avanzadas en el proceso evolutivo, y el resto se sociedades preindustriales, como sociedades “retrasadas” que habrán de recorrer el mismo camino hasta “nivelarse” con las sociedades posmodernas. En esta descripción puramente sociométrica, los valores culturales son tratados como simples variables cuantificables, en función a las respuestas cerradas a unas encuestas estandarizadas. Con un conveniente tratamiento estadístico, los resultados obtenidos encajan con la descripción del cambio que Inglehart construye.

Podemos apreciar rasgos de la racionalidad metonímica al tratar todas las culturas del mundo de forma homogénea, reduciéndolas a respuestas de un cuestionario, agrediéndolas hasta hacerlas encajar en los parámetros de un tratamiento estadístico científico propio de la racionalidad occidental. Toda otra forma de aproximación a las formas culturales, se omite. Igualmente, vemos racionalidad proléptica al trazar una sola línea evolutiva para toda la humanidad, concebida como totalidad homogeneizante. Las dimensiones más estrictamente materiales y conductuales, que podrían reflejar mecanismos más complejos de formación cultural fruto de respuestas locales a conflictos globales, son desperdiciadas en este análisis, que es incapaz de reflejar las particularidades de cada cultura.

Una forma distinta de aproximarse teóricamente al análisis del cambio social lo podemos encontrar en Sztompka (1993). Con el planteamiento del par conceptual Coeficiente Agencial y Coeficiente Histórico, se plantea una aproximación al cambio cultural que puede parecer más adecuada para su comprensión y, al aumentar el auto-conocimiento social, aumentar la capacidad de la sociedad de actuar sobre sí misma.

El concepto de Coeficiente Agencial es en parte una elaboración de la teoría elaborada de la morfogénesis (M. Archer, 1988). Frente a la idea de la reestructuración (Giddens, 1979; 1981; 1984) el planteamiento de Archer presenta la “dualidad conceptual”, frente al “dualismo ontológico” de Giddens. Este último planteaba como una amalgama la estructura y la agencia, ya que realmente el cambio social funciona de forma muy aproximada a este modelo. El problema era que, al observar conjuntamente estructura y agencia, resultaba imposible el análisis, y se terminaba otorgando preponderancia a la agencia, mientras que la estructura casi desaparecía. Con la innovación de Archer es posible observar separadamente la estructura y la agencia, pese a que se mantiene la concepción ontológica de su interdependencia e interacción. Obtenemos una imagen dual de estructura y agencia, a la vez modeladas y modeladores, en fases diacrónicas. Así, con los seis supuestos ontológicos de Sztompka y la teoría elaborada de la morfogénesis, se empieza a superar el debate entre “racionalidad arrogante” y “racionalidad impotente” (Santos, 2005) que ya empezaba a enquistarse sin visos de solución.

El Coeficiente Histórico, que igualmente es definido por Sztompka con seis supuestos ontológicos (1993), vendría a actuar sobre la concepción de la temporalidad preponderante en las ciencias sociales. Partiendo de la teoría elaborada de la morfogénesis, en que la diacronía de los procesos sociales aparece subrayada, es lógico pensar que los procesos estructurales anteriores condicionan las posibilidades presentes, al igual que las acciones presentes condicionarán las estructuras futuras (path dependence). Dos tendencias hegemónicas habían retrasado el auge de la sociología histórica: “el ahistorismo historiosófico”, que ve la historia como un campo de erudición sin conexión con el presente (Europa, siglo XIX) y el “presentismo ahistórico”, que planteaba un presente sistémico totalmente independiente de los procesos anteriores y futuros (EEUU, siglo XX). Con esta nueva concepción de la temporalidad, podemos expandir el campo de posibilidades del presente y el futuro, siempre teniendo en cuenta, en cada caso, las limitaciones heredadas del pasado.

Podemos considerar el texto de Samir Amin (1985) como una aproximación heterodoxa a la sociología histórica, que reacciona tanto contra la “racionalidad metonímica” como contra la “racionalidad proléptica”. En su descripción de Las formaciones sociales del capitalismo periférico no encontramos la linealidad que se había visto en textos como el de Inglehart, que planificaba el futuro de las sociedades mundiales en base a una línea prediseñada. Amin, al estudiar caso por caso los procesos particulares (políticos y económicos) de los países periféricos, traza una constelación de historias particulares de las que podemos obtener un saber particular y unas enseñanzas generales.

La principal aportación conceptual del texto, a mi modo de ver, sería la idea del Sistema de Estratificación Mundial, que permite observar las interdependencias del sistema económico mundial (totalidad) manteniendo una visión particular sobre cada uno de los estados (partes). De esta forma, el sistema de dominación colonial aparece subrayado desde su génesis, y podemos contemplar su desarrollo y adaptación a las diferentes estructuras políticas, manteniendo siempre su esencia, la dominación económica del centro sobre la periferia. Así, podemos comprender la importancia de las formas de producción precapitalistas en los estados periféricos, que marcan un desarrollo diferente de la dependencia exterior en África o América Latina. Aunque la situación de explotación económica (basada en el comercio liviano y la especialización extensiva agraria en la periferia) siga patrones similares, los diagnósticos y propuestas prácticas que se realizarán para el desarrollo autónomo y la emancipación de éstos estados será particular en cada caso.

Casi sin proponérselo (al menos no explícitamente), Samir Amin está coincidiendo con los planteamientos epistemológicos de Sousa Santos en sus desarrollos teóricos y empíricos. Al poner en el centro de atención mundial los desarrollos económicos de los países periféricos, estaría entrando en lo que Santos denomina una “sociología de las ausencias”, que amplía nuestro horizonte presente (sincrónico) mediante la visualización científica de espacios marginados por los centros hegemónicos (aprovechamiento de experiencias desperdiciadas).

Siguiendo con los desarrollos prácticos del análisis del cambio social, debemos abordar ahora las Acciones Colectivas, un mecanismo de primordial importancia a la hora marcar el desarrollo histórico de las sociedades, y al mismo tiempo sus agentes protagonistas por antonomasia, los Movimientos Sociales. Dentro del análisis del cambio social, dos autores destacan en el estudio de los movimientos sociales y sus acciones colectivas: Mancur Olson y Alain Touraine.

Con su formulación de la Lógica de la Acción Colectiva (1965), Mancur Olson inauguró el estudio sociológico de los grupos de presión, determinando en qué forma los individuos deciden racionalmente formar grupos para intervenir sobre la producción y distribución de los bienes públicos[3]. Según la teoría de la elección racional, en la que Olson basa sus desarrollos teóricos, “sólo un incentivo individual y selectivo estimularía a una persona racional de un grupo latente a actuar con un espíritu grupal” (Olson, 1965). Es decir, las estructuras de incentivos individuales (en términos de coste – beneficio) son las que condicionan y posibilitan el surgimiento de Acciones Colectivas.

La formulación de la LAC se desarrolla posteriormente, relacionando su estudio de los grupos de presión (lobbies) con el desarrollo económico de las naciones (Olson, 1982). Las consecuencias que se derivan de esta formulación no son favorables a las acciones colectivas de los grupos de presión. Según se formula en su texto:

«En una situación de equilibrio, las organizaciones y los acuerdos de intereses específicos reducen la eficiencia y la renta global de las sociedades en que actúan, y constituyen un factor de división en la vida política» (Olson, 1982: 70)

A esta conclusión se llega tras caracterizar las posibilidades de acción colectiva de los grupos de presión sobre los bienes públicos. Esquematizando las dos opciones, se concluye que los lobbies podrían: a) intentar maximizar la producción general sin alterar la distribución; o bien b) intentar alterar la distribución (mejorando su proporción relativa) sin preocuparse del nivel general de producción.

Estrategia colectiva a): Costes lobby, beneficios toda la sociedad.

Estrategia colectiva b): Costes lobby, beneficios exclusivos lobby (en perjuicio del resto)

Las consecuencias que aquí se señalan están irremisiblemente vinculadas con la teoría de la elección racional, racionalidad definida, evidentemente, en función de la racionalidad hegemónica. Así pues, no es de extrañar que Olson, definiendo racionalmente los comportamientos racionales, llegue a la conclusión que llega: la estrategia b es la predominante, y las acciones colectivas perjudican el interés general. Y no se le puede criticar que utilice la racionalidad económica capitalista liberal para describir los procesos basados en esta racionalidad. Pero creemos que cae en el error de la racionalidad metonímica al intentar generalizar estas conclusiones a la universalidad humana. Así, él mismo reconoce que su estudio se ha limitado a estudiar “las tasas de crecimiento de todas las democracias desarrolladas en los años que han transcurrido desde que se elaboraron por primera vez cálculos periódicos de la renta nacional, poco después de la II guerra mundial.” (Olson, 1982: 191). Entre las posibilidades de error que él mismo plantea, se haya la hipótesis de que esta formulación sea válida sólo para los países estudiados. En nuestra opinión, esta teoría es válida sólo para un tipo de racionalidad (indolente), y no debe ser exportada indiscriminadamente en el espacio ni en el tiempo, pues esto añadiría a su error metonímico un error proléptico.

Y es que, desde la formulación de su teoría en los años ochenta, hasta nuestros días, la realidad ha dado suficientes motivos como para pensar que otro tipo de Acción Colectiva (llevada a cabo por otros movimientos sociales, basadas en otra racionalidad) puedan llevarse a cabo, provocando cambios sociales que serían impredecibles e incomprensibles si nos limitáramos a considerar sólo teorías de este tipo. Es por eso que Salvador Aguilar (2001) establece la tipología diferenciada de movimientos sociales, considerando en cada caso las reivindicaciones o intereses estructurales que organizan los grupos latentes, así como las acciones colectivas que llevan a cabo. En esta tipología (RIS nº 30: 51) se establece la distinción entre:

Movimientos primitivos: “turbas” urbanas, bandolerismo, religiosos…

Movimientos clásicos: obrero, socialista, nacionalistas…

Nuevos movimientos sociales: ecologista, pacifista, feminista, liberación sexual…

Novísimos movimientos sociales: ONGs, sociedad civil mundial…

Movimientos periféricos antisistémicos: zapatismo, indigenismo, los Sin Tierra…

El análisis de Mancur Olson que acabamos de describir, tal vez sería útil para comprender los cambios sociales generados por los Movimientos sociales primitivos y clásicos, pero en ningún caso nos permitiría analizar los nuevos y novísimos movimientos sociales ni los periféricos antisistémicos. Y es en este punto que nos resulta especialmente útil la consideración de la perspectiva de Alain Touraine sobre la acción crítica y los Nuevos Movimientos Sociales.

En su estudio sobre el cambio social (1973) Touraine establece el concepto de historicidad, como el campo de conflicto donde se generan los cambios a gran escala fruto de la acción de la sociedad sobre si misma. Al mismo tiempo que un espacio de conflicto entre los diferentes grupos sociales, que tratan de definir el camino de su historia mediante las diferentes acciones colectivas, la historicidad aparece formulada como el recurso del que se sirven los grupos sociales para ejercer el cambio. Así, los cambios endógenos (en el campo de la historicidad) aparecen formulados como “mutaciones”, ya que los actores que los han llevado a cabo actuaban desde dentro de este campo. A partir de las tensiones y desfases entre la historicidad, los sistemas políticos, y los organizativos, se explican los cambios sociales en los diferentes ámbitos (las “mutaciones”, las “adaptaciones” del sistema político y las “modificaciones” de las instituciones organizativas).

Para explicar como sucede esto, Touraine define la Apertura y Cierre de las sociedades como dos polos extremos ideales, respecto a los cuales la sociedad define su grado relativo de dominación. Este grado de apertura se determina por la separación dicotómica que emana de los grupos hegemónicos entre lo legal y lo ilegal, lo normal y lo patológico, lo integrado y lo marginado. Así pues, el grado de apertura o cierre de una sociedad no haría referencia más que a la intensidad de la dominación, y estaría siempre relacionado intrínsecamente con la estructura de clases y los movimientos sociales. Los movimientos sociales, según Touraine, sólo pueden ser comprendidos si se concibe al mismo tiempo la estructura social en el que surgen y el grado de dominación que sufren los grupos movilizados. Así, los movimientos sociales clásicos serían comprendidos como la acción de “clases contestatarias” que se enfrentan a los “grupos dirigentes”, en lucha por definir el rumbo de su historicidad común.

Ahora bien, acotado el campo de la historicidad como el lugar privilegiado del cambio social, y el grado de cierre como el límite que define los grupos integrantes y los excluidos del campo de la historicidad, Touraine establece unas condiciones para el surgimiento de las conductas de ruptura, comprendiendo estas como las acciones que atacan el orden social hegemónico, mediante la acción de los grupos “excluidos” que pugnan por recuperar su papel en el campo de la historicidad. En este punto es donde comenzamos a comprender las acciones críticas llevadas a cabo por los nuevos, novísimos, y periféricos movimientos sociales, que con una teoría convencional propia de la racionalidad indolente (metonímica, proléptica, impotente, arrogante) serían inabordables.

Las acciones críticas que describe Touraine (revolucionaria, institucional, anticipatoria,…) no encajarían en la lógica racional de Olson. Estas acciones son fruto de situaciones de bloqueo y crisis en las que la situación convencional de conflicto deviene una contradicción explícita entre los sistemas organizativo, político y la historicidad. En estas situaciones de dominación flagrante, los sistemas sociales son incapaces de canalizar e institucionalizar el conflicto. Así encontramos acciones colectivas que no tratan de mejorar la situación del grupo en el orden social, sino que desde su situación exterior al sistema, desafían la totalidad del orden social (la relación articulada de hegemonía, poder y dominación). Las acciones críticas que aquí se describen suelen conjugar factores naturalistas de espontaneidad de las masas, con los proyectos anticipatorios de una elite utópica, que crítica y subraya las contradicciones del sistema de dominación que excluye a los dominados.

Son estas fuerzas excluidas las que se convierten en agentes de cambio, en la medida en que escapan a la desorganización por su alianza con una historicidad, excluida a su vez del presente por la inmovilidad del poder, y gracias al poder anticipador profético y revolucionario de las élites críticas. (Touraine, 1973: ?)

Y esto último, la acción crítica anticipatoria (utópica, ucrónica) y la capacidad de proyecto en los nuevos movimientos sociales, nos lleva de nuevo al principio, a las reflexiones de Boaventura de Sousa Santos respecto al papel de la “sociología de las emergencias” en su contribución reflexiva al debate público, analizando las tendencias incipientes y considerando un amplio espacio de posibilidades.

Pero esta contribución académica para una auto-reflexión social, que se plantea en los términos de Touraine como la “acción crítica anticipatoria”, sólo es posible desde un ámbito académico autónomo, independiente de las clases dirigentes que intentaran en todo momento mantener el orden social y evitar los cuestionamientos radicales que planteen mutaciones en el campo de la historicidad. Es por ello que la universidad, y especialmente la sociología, no puede vivir encerrada en una torre de marfil de espaldas a la sociedad que la alberga. Pero la retribución de los conocimientos que en ella se obtienen no pueden verse mediatizados por las instituciones hegemónicas (instituciones del poder político, empresa privada…). La defensa de la autonomía académica frente a las amenazas de la mercantilización de la ciencia (aparentemente el mayor riesgo presente en nuestras aulas) se plantea como el reto lógico a afrontar, para que la sociología, en su análisis del cambio social, contribuya beneficiosamente a la auto-comprensión social y la emancipación, a la construcción de la racionalidad cosmopolita.

BIBLIOGRAFÍA

AGUILAR, S. (2001). “Movimientos sociales y cambio social: ¿una lógica o varias lógicas de la acción colectiva?”, a Revista Internacional de Sociología, 30, septiembre-diciembre de 2001, pp. 29-62.

AMIN, S. (1985). “Las formaciones del capitalismo periférico”. En: La acumulación en escala mundial. México: siglo XXI, pp: 365-405.

INGLEHART, R. (1998). “Trayectorias del cambio social.” Modernización y posmodernización: el cambio cultural, político y económico en 43 sociedades. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, pp. 426-449.

KHUN, (1970) The structure of scientific revolutions, 2ª ed., Chicago, University of Chicago Press.

OLSON, M. (1986 [1982]). “Las consecuencias”. En Auge y decadencia de las naciones. Barcelona: Ariel. Cap 3: pp. 56-70 y 105.

— “Desigualdad, discriminación y desarrollo”. En Auge y decadencia de las naciones. Barcelona: Ariel. Cap. 6: pp. 191-193 y 224-234.

— (1992 [1965]) La Lógica de la Acción Colectiva: bienes públicos y la teoría de grupos, México: siglo XXI.

SANTOS, B. S., (2003) Un discurs sobre les ciències. Denes, València.

— (2005). “Hacia una sociología de las ausencias y una sociología de las emergencias”. En: El milenio huérfano. Ensayos para una cultura política. Madrid: Trotta. pp. 151-194.

SZTOMPKA, P., (1993). “La historia como producto humano: la teoría de la evolución de la agencia” Cap. 13: pp. 217-226.

— “La nueva sociología histórica: concreción y contingencia”. Cap. 14: pp. 227-237. Sociología del cambio social. Madrid, Alianza.

TOURAINE, A. (1995 [1973]). “El cambio social”. Producción de la sociedad. México: UNAM. pp. 297-342.


[1] Barcelona 2008, September 5-8

[2] Whose Knowledge?: varieties of public sociology. 08-09-2008, Palau de Congessos Fira de Barcelona.

[3] Bienes no rivales y no excluyentes, es decir, cuyos costes son particulares pero sus beneficios se extienden de forma general a toda la sociedad.

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Comments



1 Comment so far

  1.    Sumak Kawsay : Treballs i penes d’un estudiant de sociologia on abril 4, 2011 21:04 pm

    […] un ejercicio premeditado de “sociología de las ausencias” (Sousa Santos), titulaba este post con el concepto quichwa del Sumak Kawsay (traducible por algo así como […]

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